«A ninguna de esas personas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón».
PASANDO FRONTERAS
Entonces comenzó a decirles:
– Esta escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy.
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían:
– ¿No es éste el hijo de José? .
Pero él les respondió:
– Sin duda ustedes me citarán el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaum.
Después agregó:
– Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra..
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio.»
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos continuó su camino.
(Evangelio según San Lucas 4,21-30)
Coherente con el texto de Isaías «para anunciar a los pobres la Buena Noticia», lo primero que hace Jesús es hablar. Y en su predicación aparecen dos categorías de pobres: la viuda y el leproso; además, extranjeros. Otra forma de ser pobres. «Los de afuera» son los pobres a quienes hay que llevar la Buena Noticia. Para Lucas, la primera riqueza que cierra el corazón es la del dinero, pero tan peligrosa como esa es la riqueza de la seguridad que da el «pertenecer», el nacionalismo celoso.
La viuda era pobre por donde se la mirara: sin marido, sin más familia que un hijo aún muchacho, sin más bienes que un puñado de harina y unas gotas de aceite, en tiempos de sequía. Ni siquiera había salido a pedir ayuda; a ella fue enviado Elías, así, en ese pasivo que denota que la iniciativa estuvo en Dios. Naamán el sirio es general del ejército, y posee tantas riquezas que hasta querrá pagar a Eliseo al verse curado de la lepra. No es pobre económicamente, pero es extranjero y pagano.
En su propia tierra, en la sinagoga que lo vio crecer, Jesús prefiere hablar de la iniciativa de Dios hacia lo extraños y no hacia los de la propia casa. En la narrativa de Lucas, Jesús es desconcertante y provocativo. Aún no ha actuado en Nazareth. ¿Por qué se anticipa a describir que no será bien recibido?
Toda la escena de la sinagoga de Nazareth es adelanto de la vida pública de Jesús. Profeta ungido por el Espíritu, viene en primer lugar para los pobres y oprimidos. Esta preferencia, que incluye a los extranjeros, los impuros y las impuras y todos los alejados «de las cosas religiosas», provocará la reacción desfavorable de los compatriotas y los piadosos. Jesús no obra así por puro capricho, obra así porque esta es la iniciativa de Dios.
Leída con atención, la escena en la sinagoga presenta una incongruencia literaria. Cuando Jesús termina la lectura «todos estaban admirados», pero después que predica «todos se llenaron de ira». ¿Tan rápidamente cambiaba el ánimo de los nazarenos? Lucas quiere resumir en una sola escena lo que será la misión, no sólo de Jesús, sino también de la Iglesia. Para algunos, las palabras recibidas serán por fin la Buena Noticia de la liberación esperada, y quienes la anuncian serán no sólo admirados, sino amados hasta el grado de la fraternidad, como hermanos y hermanas (cf. Hech 13,42-47). Para otros, y esos otros son generalmente los que se consideran dueños de la salvación, querer llevar la Buena Noticia más allá de las fronteras de los compatriotas o de los «elegidos» será motivo de ira.
Las palabras en la sinagoga de Nazareth nos recuerdan, con toda la fuerza de la práctica que Jesús desarrollará, que la iglesia no puede conformarse con contar «cuántos están adentro». Que la iglesia y cada uno de los varones y mujeres que la formamos no podemos descansar en nuestra seguridad de pertenecer, si esa pertenencia no se vuelve al mismo tiempo incentivo para que las puertas estén abiertas. Y nos recuerda que la iglesia no podrá llamarse a sí misma discípula de Jesús si no tiene la iniciativa de encontrarse con las viudas, los inmigrantes, los y las homosexuales, los enfermos, los discapacitados y todos y todas quienes, por diversos motivos y de diversas maneras, están lejos. Aquellos que están lejos de nuestros ritos y nuestras formalidades religiosas están muy cerca del corazón de Dios.
Al escribir todo esto desde aquí, desde Buenos Aires, pensando que será publicado en Italia, no puedo dejar de considerar la realidad tangible que significa para nuestros países la cuestión de los extranjeros. No de los extranjeros que están allá lejos, sino de esos extranjeros que están como inmigrantes en nuestra patria. Allí en Italia se quejan de los tunecinos o los albaneses, aquí se ataca a bolivianos y paraguayos. Leyendo los textos bíblicos en grupos de reflexión, cada vez que aparece la palabra extranjero o forastero, la cambiamos por inmigrante. Entonces se nos hace muy concreta y palpable. Los católicos hoy estamos en una situación muy similar a la de muchos «piadosos» del tiempo de Jesús: estamos «adentro» porque somos del país y porque pertenecemos a la Iglesia Católica. Y Jesús vuelve a exigir que nos desprendamos de esas seguridades para que la felicidad, la salvación y la vida lleguen también a los que vinieron de afuera.
PALABRAS Y PASOS, Ed. Claretiana, Bs.As., 2004
(Publicado originalmente en Adista -periódico bimestral de información política y documentación – , Roma,
Año XXXV, nro. 5626, 20 de enero de 2001)
que certeras tus palabras…como nos muestran la realidad que algunos no se animan a ver…o no les conviene…no es facil seguir a Jesus,no como lo que debe ser realmente…sí lo es con hipocresía…es más cómodo. Un beso Gloria.Cristina.
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