Manos

Prof. María Gloria Ladislao

 

Simbolismo de las manos:

Depende no sólo de cada cultura, sino también de la variedad de gestos y movimientos que pueden adquirir compleja significación.

El gesto de juntar las manos que en Occidente indica oración, en Japón y la India es un saludo y reverencia. Es el gesto de que uno se concentra en algo; son manos en paz, sin actividad. Parece que en Occidente era común en la cultura germánica pre cristiana.

Cruzar los dedos como un amuleto contra la mala suerte es un gesto extendido en todo Occidente. De la época romana se conserva el sentido positivo y de aprobación al mostrar el pulgar hacia arriba.

En Argentina, es notable cómo las manos se relacionan con la acción, en ciertos refranes: “Una mano lava a la otra y las dos lavan la cara”.

 

“Las manos hablan: En nuestra vida social todos llegamos a entender la grámatica de unas manos que se tienden para pedir, que amenazan, que mandan parar el tráfico, que saludan, que se alzan con el puño cerrado, que hacen con los dedos la “V” de la victoria, que toman en silencio la mano de la persona amada, que se tienden abiertas   al amigo, que ofrecen un regalo, que dibujan en el aire una despedida…” (José Aldazábal, Gestos y Símbolos, Ed. Agape.)

 

“La mano de Dios”

 

En la Biblia, las manos tienen todos los sentidos propios de aquella cultura. Al hablar de Dios, se resaltan particularmente dos aspectos: el poder y el hacer. Podríamos resumir esto en la frase del Deuteronomio: “Nos sacó de Egipto con mano fuerte y  brazo extendido” (Dt 26,8). Es la mano que se posa sobre los profetas y los guía a la misión (Ez 1,3; 37,1-2).

 

Este poder de Dios se manifiesta en Jesús, de un modo particular en algunos milagros.

La curación de la suegra de Pedro: Mc 1,29-31

“Pidamos a los apóstoles que intercedan ante Jesús, para que venga a nosotros y nos tome de la mano, pues si El toma nuestra mano, la fiebre huye al instante. El es un médico egregio, el verdadero protomédico. Médico fue Moisés, médico Isaías, médicos todos los santos, mas Este es el protomédico. Sabe tocar sabiamente las venas y escrutar los secretos de las enfermedades. No toca el oído, no toca la frente, no toca ninguna otra parte del cuerpo, sino la mano.

Y la levantó tomándola de la mano. Con su mano tomó el Señor la mano de ella. Tomó su mano como un médico, le tomó el pulso, comprobó la magnitud de las fiebres, El mismo, que es médico y medicina al mismo tiempo. La toca Jesús y huye la fiebre. Que toque también nuestra mano, para que sean purificadas nuestras obras.” (San Jerónimo, Comentario al Evangelio de Marcos)

 

El hombre de la mano paralizada: Mc 3,1-6 (ver la mano paralizada en el salmo 137,5).

 

Esquema común a las historias de curaciones

 

  • indicación de lugar
  • aparición del enfermo, presentación de la “historia clínica”, con exposición de la gravedad para hacer resaltar luego el poder de Jesús
  • ruego directo o indirecto por curación
  • procedimiento de la curación (palabra, etc.)
  • constatación de la curación y sus consecuencias
  • en ocasiones una orden de silencio
  • reacción de los espectadores: alabanza, alegría, temor, o del curado.

 

Si la narración de curación enfatiza más el milagro en sí, se trata de una historia de milagro; si el acento recae sobre las palabras de Jesús, se puede hablar de un apotegma o paradigma. Se trata de un género mixto, narración más dichos. (Métodos Exegéticos, R. Kruger, S. Croatto, N. Miguez, Ed. Educab)

LAS MANOS

Las manos se perciben por los sentidos:
se ve la postura de las manos,
se escucha un aplauso o un chasquido,
se tocan las manos produciendo un contacto físico,
se huelen las manos, por ejemplo cuando están cocinando.

El simbolismo de la mano está ligado a diversas realidades humanas:
+ La oración: tanto en Oriente como en Occidente, alzar las manos al cielo o unir las palmas es un gesto de oración.
+ La meditación: en la India, las distintas posturas de las manos, llamadas «mudras» indican la conexión entre lo humano y lo trascendente.
+ El lenguaje: distintas posturas de los dedos tienen un significado preciso, por ejemplo el pulgar en alto como signo de aprobación, que se remonta a los antiguos romanos. Estrechar las manos para saludar, etc.
+ El poder del padre de familia o del jefe. Este simbolismo adquiere diversas manifestaciones:
*  Es el patriarca quien bendice o impone su mano sobre otro, señalando así un privilegio. La bendición expresa el poder bienhechor de quien extiende su mano para otorgar este beneficio.
* En cuestiones sociales aparece esta simbología de la mano, por ejemplo cuando se pide aplicar «mano dura». Ya los romanos usaban el término «manu militar» cuando querían indicar el uso de la fuerza y la autoridad
+ La acción, la habilidad, la competencia para «hacer algo»: entre los egipcios, el jeroglífico mano indicaba acción y donación del trabajo. Algunos refranes reflejan este aspecto: «tender la mano», «dar una mano», «poner manos a la obra», «si precisás una mano avisame tengo dos».

En la Biblia: Mano y acción

El profeta Isaías indica qué condición deben tener las manos que se alzan para rezar: esas manos no pueden haber estado involucradas en malas acciones, porque entonces, toda oración queda vaciada de sentido.
Cuando extienden sus manos,
yo cierro los ojos;
por más que multipliquen las plegarias,
yo no escucho:
¡las manos de ustedes están llenas de sangre!
¡Lávense, purifíquense,
aparten de mi vista
la maldad de sus acciones!
¡Cesen de hacer el mal,
aprendan a hacer el bien!
¡Busquen el derecho,
socorran al oprimido,
hagan justicia al huérfano,
defiendan a la viuda! (Is 1,16-18)

El libro del Deuteronomio conjuga el simbolismo del corazón – lo más íntimo del hombre – con la mano – la expresión exterior -. Por eso, ante el necesitado, corazón y mano deben ir en el mismo sentido. No cerrarlos significa no permanecer indiferente, no sólo con el sentimiento, sino también con la acción concreta.
Si hay algún pobre entre tus hermanos, en alguna de las ciudades del país que el Señor, tu Dios, te da, no endurezcas tu corazón ni le cierres tu mano. Ábrele tu mano y préstale lo que necesite para remediar su indigencia. (Dt 15,7-8)

El libro de los Proverbios hace el elogio de la mujer hacendosa, que en su vida cotidiana usa sus manos para el bien, beneficiando a quienes están cerca de ella. Su ocupación no involucra solamente a los de su casa, sino que tiene especialmente en cuenta al débil y desvalido.
Se procura la lana y el lino
y trabaja de buena gana con sus manos.
Tiene en vista un campo y lo adquiere
con el fruto de sus manos planta una viña.
Aplica sus dedos a la rueca
y sus dedos manejan el huso.
Alarga su palma al desvalido
y tiende sus manos al pobre. (Prov 31, 10.16.19-20)

Dado que la mano es el miembro que expresa los sentimientos y las acciones «hacia afuera», Jesús nos previene de toda forma de exhibicionismo que pudiera tentarnos al usar nuestras manos para el bien.
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.  Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.  Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,  para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. (Mt 6,1-3)

Jesús sana las manos
1 Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. 2 Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. 3 Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: «Ven y colócate aquí delante». 4 Y les dijo: «¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?». Pero ellos callaron. 5 Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano». Él la extendió y su mano quedó curada. 6 Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él. (Mc 3,1-6)
Este hombre se encontraba paralizado y marginado. La orden de Jesús: «Levántate y ponte aquí en el medio» nos indica que este hombre estaba en la periferia de aquella asamblea.
Simbólicamente, podemos decir que es la misma ley la que lo tiene paralizado. Una ley que indicaba que los impuros eran menos dignos de participar en el culto, y que imponía el decreto por encima de las necesidades humanas.
Es importante saber que el judaísmo tiene un antiguo principio que sentencia: «el peligro de muerte suspende el sábado». Es decir, si una vida está en riesgo, aunque sea sábado se debe obrar, porque la vida humana está primero. En este caso, podríamos objetarle a Jesús que la vida de este hombre no corría peligro en aquel momento. Pero Jesús recurre a este principio legal para plantear la sanación en términos de vida o muerte: ¿Qué es lícito hacer en sábado, salvar una vida o perderla? Ellos no responden, porque saben perfectamente que los mandatos sobre el sábado quedan anulados ante el peligro de perder una vida.
Para Jesús, devolverle a este hombre la movilidad de su mano es devolverle la vida. Este hombre pasó a estar en el centro, dejó de ser un marginal, y recuperó el principio de la acción y de la relación: ya puede tender su mano a otros.

Las manos y el servicio
 Cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.  La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.  Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos. (M 1,29-31)
Comentario de San Jerónimo sobre Mc 1,29-31: La curación de la suegra de Pedro
La suegra de Simón estaba acostada con fiebre. ¡Ojalá venga y entre el Señor en nuestra casa y con un mandato suyo cure las fiebres de nuestros pecados! Porque todos nosotros tenemos fiebre. Tengo fiebre, por ejemplo, cuando me dejo llevar por la ira. Existen tantas fiebres como vicios. Por ello, pidamos a los apóstoles que intercedan ante Jesús, para que venga a nosotros y nos tome de la mano, pues si El toma nuestra mano la fiebre huye al instante. El es un médico egregio, el verdadero protomédico. Médico fue Moisés, médico Isaías, médicos todos los santos, mas Este es el protomédico. Sabe tocar sabiamente las venas y escrutar los secretos de las enfermedades. No toca el oído, no toca la frente, no toca ninguna otra parte del cuerpo, sino la mano. Tenía la fiebre, porque no poseía obras buenas. En primer lugar, por tanto, hay que sanar las obras, y luego quitar la fiebre. No puede ir la fiebre, si no son sanadas las obras. Cuando nuestra mano posee obras malas, yacemos en el lecho, sin podernos levantar, sin poder andar, pues estamos sumidos totalmente en la enfermedad.
Y acercándose a ella, que estaba enferma… Ella misma no pudo levantarse, pues yacía en el lecho, y no pudo, por tanto, salirle al encuentro al que venía. Mas, este médico misericordioso acude El mismo junto al lecho; el que había llevado sobre sus hombros a la ovejita enferma, El mismo va junto al lecho. Y acercándose… Encima se acerca, y lo hace además para curarla. Y acercándose… Fíjate en lo que dice. Es como decir: hubieras debido salirme al encuentro, llegarte a la puerta, y recibirme, para que tu salud no fuera sólo obra de mi misericordia, sino también de tu voluntad. Pero ya que te encuentras oprimida por la magnitud de las fiebres, y no puedes levantarte, yo mismo vengo.
Y acercándose la levantó. Ya que ella misma no podía levantarse es tomada por el Señor. Y la levantó, tomándola de la mano. La tomó precisamente de la mano. También Pedro, cuando peligraba en el mar y se hundía, fue tomado de la mano y levantado. Y la levantó tomándola de la mano. Con su mano tomó el Señor la mano de ella. ¡Oh feliz amistad, oh hermosa caricia! La levantó tomándola de la mano: con su mano sanó la mano de ella. Tomó su mano como un médico, le tomó el pulso, comprobó la magnitud de las fiebres, El mismo, que es médico y medicina al mismo tiempo. La toca Jesús y huye la fiebre. Que toque también nuestra mano, para que sean purificadas nuestras obras. Que entre en nuestra casa: levantémosnos por fin del lecho, no permanezcamos tumbados. Está Jesús de pie ante nuestro lecho, ¿y nosotros yacemos? Levantémosnos y estemos de pie: es para nosotros una vergüenza que estemos acostados ante Jesús. Alguien podrá decir:
¿dónde está Jesús? Jesús está ahora aquí. «En medio de vosotros – dice el Evangelio – esta uno a quien no conocéis» (Jn 1,26). «El Reino de Dios está entre  vosotros» (Lc 17,21). Creamos y veamos que Jesús está  presente. Si no podemos tocar su mano, postrémosnos a sus pies. Si no podemos llegar a su cabeza, al menos lavemos sus pies con nuestras lágrimas. Nuestra penitencia es ungüento del Salvador. Mira cuán grande es su misericordia. Nuestros pecados huelen, son podredumbre y, sin embargo, si hacemos penitencia por los pecados, si los lloramos, nuestros pútridos pecados se convierten en ungüento del Señor. Pidamos, por tanto, al Señor que nos tome de la mano.
Y al instante – dice – la fiebre la dejó. Apenas la toma de la mano, huye la fiebre. Fijaos en lo que sigue. Al instante la fiebre la dejó. Ten esperanza, pecador, con tal de que te levantes del lecho.
Esto mismo ocurrió con el santo David, que había pecado yaciendo en la cama con Betsabé, la mujer de Urías el hitita, y sintiendo la fiebre del adulterio, después que el Señor lo sanó, después que había dicho: «Ten piedad de mí, oh Dios, por tu gran misericordia», así como: «Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí». «Líbrame de la sangre oh Dios, Dios mío…» (Salmo 50). Pues él había derramado la sangre de Urías, al haber ordenado derramarla. «Líbrame, dice, de la sangre, oh Dios, Dios mío, y un espíritu firme renueva dentro de mí». Fíjate en lo que dice: «renueva». Porque en el tiempo en que cometí el adulterio y perpetré el homicidio, el Espíritu envejeció en mí. ¿ Y qué más dice? «Lávame y quedaré más blanco que la nieve». Porque me has lavado con mis lágrimas, mis lágrimas y mi penitencia han sido para mí como el bautismo. Fijaos, por tanto, de penitente en qué se convierte. Hizo penitencia y lloró, por ello fue purificado. ¿Qué sigue inmediatamente después? «Enseñaré a los inicuos tus caminos y  los pecadores volverán a ti». De penitente se convirtió en maestro.
¿Por qué dije todo esto? Porque aquí está escrito: Y al instante la fiebre la dejó y se puso a servirlos. No basta con que la fiebre la dejase, sino que se levanta para el servicio de Cristo. Y se puso a servirlo. Los servía con los pies, con las manos, corría de un sitio a otro, veneraba al que la había curado. Sirvamos también nosotros a Jesús. El acoge con gusto nuestro servicio, aunque tengamos las manos manchadas: El se digna mirar lo que sanó, porque El mismo lo sanó. A El la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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